"Vladimir Nabokov: joven, teatral e inédito", por Antonio Lucas

14.06.2020

"Vladimir Nabokov: joven, teatral e inédito", por Antonio Lucas

Publicado en EL MUNDO, por Antonio Lucas

 

La uÑa RoTa publica la primera obra de teatro importante del novelista, 'Tragedia del señor Morn', inédita en España y escrita en los días penosos de Praga, cuando el escritor tenía 24 años

 

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Vladimir Nabokov, en 1930, cuando ya había dejado Praga y regresado a...
 


Vladimir Nabokov, en 1930, cuando ya había dejado Praga y regresado a Berlín. FINE ART IMAGES

Vladimir Nabokov estrena juventud con el siglo XX, también exilio y orfandad. Triunfa la Revolución bolchevique y fracasa su entorno. Estaba diseñado para la comodidad desde el primer vagido. Abandona Rusia en 1919 y a partir de entonces el nomadismo se convierte en un recurso de vida. Si mira hacia atrás es con la única intención de vivir mejor hacia adelante. Nabokov está en Praga a los 24 años. Es 1923 y escribe a Vera Slónim -aún novia- el primer poema. Ella está en Berlín, donde se conocieron poco antes. Publica aún tras el seudónimo de Vladimir Sirin. Ella intuye a un genio por cuajar. Nabokov se está tomando el pulso a sí mismo como escritor. El 25 de diciembre, el diario berlinés Dni anuncia en un suelto que el autor de origen ruso trabaja en un drama en cinco actos que ya tiene título: Tragedia del señor Morn. Así empieza todo.

Es la primera pieza literaria en que la Nabokov despliega su talento con apetito de algo propio, de algo nuevo. La escribe en ruso. Un drama de corte shakespereano con la revolución bolchevique de fondo, una tragedia sobre la felicidad, un juego de traiciones, de sueños aplastados, de deseos como puñales por ambas caras. Este semillero de quedó oculto y desconocido. Nabokov no publicó la obra y hasta 1997 fue una mezcla de leyenda y secreto compartido, hasta que la revista rusa Zevezdá la volcó en sus páginas. Tras la muerte del autor de Pálido fuego, el manuscrito quedó 'sepultado' en el archivo Nabokov de la Biblioteca del Congreso, en Washington.

Más allá de las cartas escritas a Vera, no quedó rastro de la existencia de esta pieza en ningún otro lugar. Nabokov la fue olvidando, la difuminó hasta que no quedó rastro en la memoria de nadie, más que en ellos. Pero los detalles de escritura en la correspondencia revelan que quiso hacer de Tragedia del señor Morn el comienzo de sus comienzos. Algo así como el kilómetro 0 de una expedición por las letras en las que tenía previsto instalarse. Cuando la acabó dijo sentirse como una casa de la que, con sordo rumor, se llevan un enorme piano. Inédita aún en español, la editorial La uÑa RoTa rescata ahora esta pieza asombrosa en traducción de Rafael Rodríguez.

Pero aquí no sólo está el apetito literario de un joven con el camino por hacer, sino algunas astillas biográficas de aquel escritor desarraigado, orgulloso, de empeño inflamable. Como el rey de su tragedia, Nabokov también retó a duelo. A finales de 1923, el crítico Aleksander Drozdov publicó en un periódico berlinés prosoviético un "infame" artículo sobre la poesía de Nabokov, de ánimo caricaturesco. Considerándose injuriado, lo retó a un duelo, pero no obtuvo respuesta. Tragedia del señor Morn acumula ingredientes de vida, ideas, ráfagas de sospecha. Está todo aquello que importa de aquel joven Nabokov, su talento para la escritura luminosa y su capacidad de generar espacios y personajes que aceptan el fatalismo con el mismo coraje que quien los inventó. De algún modo, nada de aquello evitó que considerase el mundo como un cachorro que está esperando que salgas para jugar con él.

A comienzos de enero de 1924 escribe a Vera: "No partiré antes del 17; quiero terminar mi Morn, y con la mudanza se me escaparía. Este personaje nunca trasladaría sus sentimientos a un nuevo domicilio. Ayer, en todo el día, escribí sólo dos renglones, y, aun así, hoy los he tachado. Hoy ha ido todo inesperadamente bien, así que mañana terminaré la primera escena del tercer acto. Por alguna razón me siento muy touchy [quisquilloso] en relación con esta pieza. Por eso, con cuánto placer habré de leerlo a dos personas -a ti y en unos días a mamá-. La tercera persona que entendía cada coma, que valoraba los pequeños detalles era mi padre [...]. Los automóviles de Caramarge (sic), su baño de mármol, sus criados..., me pesan. [...]. Entiéndelo, yo necesito las comodidades, no por las comodidades en sí, sino para no pensar en ellas, y sólo escribir, escribir, desplegarme, reverberar... Pero, al fin y al cabo, quién sabe, puede ser que al escribir «el señor Morn» sentado sobre una pelliza, en un catre de arrestado, junto a una vela (lo cual sería hasta poético), me salga mejor".

Y aun así, pocos narradores en el siglo XX han hecho de su literatura un canto del mundo, una exaltación de este modo, como Nabokov. Esa combinación de exigencia, lirismo e ironía que hace de su obra un espacio hecho para la seducción está aquí tomando forma. La plasticidad de su estilo irrepetible, la monstruosidad de algunos personajes, la delicada ternura que también alojan algunas criaturas desarmadas o siniestras. Es un preciso buscador de detalles ya desde Tragedia del señor Morn. Y aquí demarca bien el territorio de lo que será aquel inmenso escritor que arranca destellos de poesía a lo cotidiano, que no esconde su radiante vitalidad a pesar de tanto, que no descabalga el humor.

Quería estrenar en Berlín la obra. No pudo ser. La guardó en un cajón, con otros tantos papeles, y siguió escribiendo como un incendio en una noche ventosa. Después de tanto todo para nada. Afortunadamente, Nabokov no se acaba nunca.