Juan Mayorga: Teatro 1989-2014

06.08.2014

Juan Mayorga: Teatro 1989-2014

Publicado en El Imparcial

El Imparcial, por Rafael Fuentes

Hace dos años Juan Mayorga sumó a su condición de dramaturgo la de director de escena. El debut en este ámbito lo llevó a cabo con una pieza escrita por él, La lengua en pedazos, brillante exploración de la personalidad de Teresa de Jesús, basándose en el Libro de la vida de la santa. En ese momento, el autor madrileño confesó que desde hacía tiempo tenía la intención y el deseo de dirigir que es “otro modo de escribir. Es escribir en el espacio y en el tiempo”. La obra se estrenó el 24 de febrero de 2012 en Avilés y luego tuvo una exitosa andadura por diversas plazas. No es casual que el texto elegido por Mayorga para su comienzo como director fuera éste relacionado con nuestra gran mística ni que la compañía fundada por Mayorga para subirlo a escena se llame “La loca de la casa”. Recordemos que con esta expresión se refiere santa Teresa a la imaginación. Y precisamente como “el arte de la imaginación”, según ha señalado él mismo, concibe Mayorga el teatro.

En este elemento imaginativo desempeña un papel fundamental el espectador, según apunta también el propio dramaturgo. Un espectador que aquí puede transmutarse con naturalidad en lector, pues el teatro de Juan Mayorga, aunque su destino inherente, como el de todo teatro, sean las tablas, resulta especialmente apto para disfrutar de él mediante la lectura. Hay que saludar, pues, la oportuna iniciativa de La Uña Rota de hacer fácilmente accesible en un solo volumen prácticamente toda la producción de Mayorga desde sus inicios hasta hoy, acompañada de un prólogo, breve pero sustancioso, de la hispanista francesa Claire Spooner, estudiosa de la dramaturgia española contemporánea y en particular de Juan Mayorga, sobre quien versó su tesis doctoral titulada El teatro de Juan Mayorga: de la escena al mundo a través del lenguaje, y de las ilustraciones de Daniel Montero Galán, autor también del significativo dibujo de la portada del libro: una casa que incluye varias casas. Casas que contienen las veinte obras de Mayorga que aquí se reúnen, y que usted, lector, debe habitar con su imaginación.

Licenciado en Matemáticas y en Filosofía, y doctor en esta disciplina -universos en apariencia contrarios, aunque ese contrapunto no sea absoluto pues la esfera de los números incluye grandes dosis de fantasía y el ámbito teatral puede acoger una enorme cuantía de precisión y verdad-, durante un tiempo se dedicó a la docencia, campo que le interesa y preocupa y que se refleja en alguna de sus piezas como El chico de la última fila, adaptada al cine recientemente por François Ozon, bajo el título En la casa, y que obtuvo numerosos reconocimientos, entre otros la Concha de Oro del Festival de San Sebastián a la mejor película y al mejor guión. Pero desde siempre la fascinación por el teatro corría por sus venas, en el fértil desarrollo de una semilla que ya se implantó en su infancia. Nos cuenta Mayorga en un texto que se incorpora como colofón a este volumen que su padre le enseñó a amar los libros de la mejor manera posible: leyéndolos en voz alta. Y en esa bendita costumbre, que le llenaba la cabeza “de personajes, de imágenes, de ideas”, cifra el origen de su entrega al teatro: “Algún amigo ha querido vincular mi posterior vocación teatral con el hecho de que de niño, a través de mi padre, la literatura me entrase por el oído. Creo que sí, que probablemente aquellas lecturas de mi padre están en la base de mi búsqueda de palabras que, pronunciadas desde el cuerpo de un actor, puedan despertar mundos en quien las escucha”.

Así, la palabra es el sustento fundamental de su teatro, que no necesita de fuegos de artificio ni de aparatosas puestas en escena para conmover y remover las conciencias, pues el teatro, dirá Mayorga, es “un espacio para la crítica y la utopía”. Un teatro de la palabra que no se despeña, sin embargo, por una simplificadora literatura de tesis ni por los senderos de lo obvio y manido. Nos pone frente a hondos interrogantes y radicales contradicciones extraídas de nuestra vida colectiva y expuestas en los escenarios no como una fácil resolución lógica, sino como motivo de placer de identificar nuestros grandes dilemas y conflictos e impulsarnos a una reflexión personal sobre ellos: la resolución, si la hay, queda como tarea del espectador o lector que ya no puede adoptar una postura pasiva ante ellos. Del placer de los combates dialécticos en el escenario a la incitación a un pensamiento libre y sin consignas se nutre uno de los vectores que enhebran las piezas dramáticas de Mayorga, constituidas ya en un universo escénico edificado con un sello singular, propio e intransferible que configura un corpus teatral poliédrico y a la vez único.

El oprobio ejercido brutal o sutilmente por el poder compone uno de los puntos de partida de esos hilos conductores iniciados en Siete hombres buenos y Jardín quemado, donde la interpelación al pasado histórico no apacigua sino que incrementa el desasosiego, al proponerse atrapar unos hechos convertidos en escurridizas sombras, y experimentar la impotencia de un imposible retorno para conjurar los agravios. Una herida que se extiende más allá de nuestras fronteras a los grandes imperios políticos genocidas de la Europa contemporánea en Cartas de amor a Stalin, en El traductor de Blumenberg, o en Himmelweg. Los que sufren la Historia frente a quienes la protagonizan en Más ceniza o El sueño de Ginebra ofrecen una perspectiva tan inesperada como coherente y veraz frente a los relatos oficiales. Creo que bajo una fuerte impronta cervantina, esa óptica del que sufre y soporta los acontecimientos sin protagonizarlos ha dado lugar a ese excepcional linaje de animales humanos que nos hablan de su inaudita experiencia: el gorila Copito de Copito de nieve, la tortuga Harriet de La tortuga de Darwin o el perro Emmanuel de La paz perpetua, que forman ya una memorable saga de nuestro teatro reciente.

Su lenguaje culto, la riqueza literaria de su palabra, la elegancia escueta de sus frases, se transforman en afilados puñales en esos duelos verbales, intensos, agudos, que entablan muchos de sus personajes, como Teresa y el inquisidor, en La lengua en pedazos, que no entiende la rebeldía de una mujer extraordinaria, tan fuerte y vulnerable a un tiempo, o como el crítico Volodia y el dramaturgo Scarpa, en El crítico (Si supiera cantar, me salvaría), enfrentados pero unidos por su búsqueda de lo auténtico. Personajes que no son nunca meras y frías encarnaciones de ideas sino figuras individuales y complejas. El adoctrinamiento simplista es incompatible con los rigurosos y creativos planteamientos de Juan Mayorga.

Nos hallamos, pues, ante veinte obras, reunidas en orden cronológico, desde Siete hombres buenos -accésit del Premio Marqués de Bradomín en 1989- hasta las más recientes, incluyendo tres textos inéditos, Angelus Novus, Los yugoslavos, y Reikiavik, pieza que cierra el libro y que recrea a través de un sugerente acercamiento la mítica partida de ajedrez entre Boris Spassky y Bobby Fischer celebrada en la capital islandesa. No representada hasta la fecha se anuncia como la próxima incursión de Mayorga en la dirección escénica. Veinte obras que le han valido cosechar prestigiosos galardones, como los Nacionales de Teatro y de Literatura Dramática, el Valle-Inclán o el Max, y convertirse en uno de nuestros dramaturgos más internacionales, con constantes funciones de sus obras en incontables países de uno y otro lado del Atlántico, y que dan cuentan de un coherente y rico universo que este volumen nos invita a conocer.